Muchas de nuestras familias dicen que en casa ponen series en inglés y no nos extraña. Se trata de un hábito fácil y cómodo para tener a niños y niñas expuestos a la lengua inglesa desde casa. 

Evidentemente,  la televisión en inglés nunca será tan eficaz como tener conversaciones con profesores de inglés nativos, pero tampoco podemos negar que consumir contenido audiovisual en versión original siempre es una buena idea (del número de horas que deberían o no pasar los/as niños/as delante de una pantalla hablaremos en otro momento).

Ahora bien, no todas las series infantiles son iguales. Las hay mediocres, las hay buenas, y las hay maravillosas, como es en nuestra opinión, el caso de Bluey, una serie australiana que está en boca de todos y no puede ser más afín con los valores de La Casita de Inglés. 

¿Qué tiene de novedoso una serie de dibujos sobre una familia de perros antropomorfos? Muy sencillo, ninguna otra serie infantil ha estado tan dirigida a padres y madres. 

Si tomamos como ejemplo a Peppa Pig o Daniel Tiger, podemos encontrar series que saben dirigirse al público infantil muy bien, con lenguaje, valores y trama muy adecuados a su edad. Pero apenas vemos a los padres de estos personajes jugar con ellos o aprender algo nuevo. 

En el artículo How Bluey Became the Best Kids’ Show of Our Time, Kathryn VanArendonk habla de cómo, a lo largo de la historia, los programas de televisión infantiles tienden a mostrar los valores de crianza propios de su generación. Según esta autora, “los padres modernos deben ser compañeros de juegos, figuras de autoridad que también participan activamente”. Es aquí donde yace el encanto de Bluey, pues muestra la realidad de ser padres/madres en el siglo XXI, o al menos ese estilo de crianza con el que nos sentimos identificados. 

Cada capítulo parte de un juego entre dos o más miembros de esta familia, normalmente entre las hijas (Bluey y Bingo) y sus padres (Bandit y Chilli). Unos juegos tan caóticos y desternillantes como los que podemos ver en la vida real cuando jugamos con niñas y niños de 3 a 6 años. Sin embargo, el juego siempre acaba por desvelar una lección de vida mucho más profunda de lo que esperábamos

La forma en la que Bandit y Chilli educan a sus hijas es realmente inspiradora. Ese sentido del humor a la hora de participar hasta los juegos más disparatados, esa paciencia, esa creatividad, ese buen gusto a la hora de saber cuándo intervenir y cuándo dejar que sus criaturas aprendan a desenvolverse solas. Sin embargo, por perfectos que puedan parecer, no son ellos los que transmiten los valores de forma directa. Aquí cada personaje es el protagonista de su propio aprendizaje y el juego simbólico es su maestro. 

Un aprendizaje basado en el juego que es, por encima de ninguna otra cosa, afectivo. No hay capítulo de Bluey en el que no soltamos carcajadas y lágrimas de emoción a partes iguales. Es sencillamente maravillosa, casi tanto como la infancia en sí misma.