Siempre es una incógnita saber cuáles de mis Cool Koalas llegarán a clase andando y cuáles entrarán deslizándose de rodillas por la sala de teatro como pequeños Cristiano Ronaldo. Nuestras clases siempre empiezan con dos minutos de fútbol, mientras voy hablando con cada alumno, todavía jadeando, para saber cómo ha ido su día (“¡Bien!”) y de qué equipo es (“¡Barça!”).
Cuando por fin nos sentamos en círculo para hablar del tema de la semana, muchos ya están sin aliento. Perfecto, pienso, para practicar la escucha activa.
Y aun así, la energía se mantiene viva. Entramos de lleno en nuestro Game of Concentration, una canción rápida en la que cada uno aporta una nueva palabra de vocabulario. En esta clase pasamos la mayor parte del tiempo de pie: corriendo hacia tarjetas repartidas por la sala, representando escenas con frases completas y practicando una coreografía para la actuación de final de trimestre.
Cuando pasamos a la sala de juegos, ya estamos listos para sentarnos un rato (al menos yo). Este grupo de niños y niñas de 7 y 8 años es especialmente creativo, siempre con ganas de dibujar y describir escenas relacionadas con el tema semanal y de jugar a la patata caliente con una bomba electrónica que hace tic-tac mientras practicamos fonética. Mi ritmo cardíaco casi ha vuelto a la normalidad cuando surge, inevitablemente, la misma súplica de siempre:
—¡Fútbol!
—¡Yes, soccer! —respondo (ya que de donde yo vengo, “football” es un deporte que apenas implica usar los pies).
Es hora de volver a movernos hacia la sala de baile: los depósitos de energía de mis alumnos parecen recargarse sin fin.
Dar clase en La Casita es como hacer ejercicio, pienso. ¡Llegaré en forma al verano que viene!
Algunos dirían que esta energía desbordante y futbolera no hace más que distraer el aprendizaje. Pero la realidad es otra.
La actividad física mejora el aprendizaje y la memoria
Cuando estaba en la universidad, desarrollé el hábito de salir a correr un poco antes de cada examen. Algo del aire fresco y del ejercicio me dejaba despejada antes de entrar al aula. Como mínimo, conseguía quitarme de encima la modorra de la ansiedad y el scroll infinito en TikTok, que muchos de mis compañeros seguían haciendo mientras esperábamos a empezar.
Pero aunque me encantaría decir que fue pura intuición, la verdad es que fueron mis estudios de psicología los que me convencieron de empezar a correr.
Por un lado, está la ley de Yerkes-Dodson: la atención, la concentración y el rendimiento en tareas difíciles son mejores cuando estamos moderadamente activados. Demasiado relajados y el aburrimiento frena el rendimiento; demasiado activados y el estrés lo complica todo (Yerkes y Dodson, 1908). Es decir, activar el cuerpo con algo de ejercicio era la forma perfecta de alcanzar un nivel óptimo de alerta para rendir bien en los exámenes.
Por otro lado, está la neurociencia del ejercicio: mover el cuerpo prepara el cerebro para pensar y recordar mejor, sin más. Más oxígeno en el cerebro hace que las neuronas se activen intensamente y que las conexiones entre ellas, las sinapsis, se fortalezcan (Guzmán-Muñoz et al., 2025). De hecho, el ejercicio puede estimular el crecimiento de nuevas neuronas en el hipocampo, una de las áreas clave del cerebro para el aprendizaje y la memoria a largo plazo (Cassilhas et al., 2015). Esto es muy importante, ya que aunque las conexiones neuronales cambian a lo largo de toda la vida, el descubrimiento de que el hipocampo puede generar nuevas neuronas más allá de la primera infancia es relativamente reciente.
Todo esto también se aplica a los niños, y no solo a los neurotípicos. El ejercicio, tanto en sesiones cortas como en rutinas a largo plazo, mejora la atención, el control de impulsos y el desarrollo cerebral en niños con TDAH (Chan et al., 2021) y con autismo (Jia et al., 2024). El aula “tradicional”, con horas y horas sentados, pierde de vista esta conexión tan importante entre movimiento y aprendizaje.
El movimiento como herramienta en La Casita
Los estudios en aulas infantiles muestran de forma consistente que integrar actividad física en la educación mejora la concentración, la motivación y el rendimiento académico (Doherty y Forés Miravalles, 2019). Aunque a veces las llamemos Brain Breaks, las canciones, carreras, bailes y partidos de fútbol en clase son una parte clave del desarrollo cerebral de nuestros alumnos mientras aprenden inglés. Por eso, en los Home Circles de La Casita, alternamos estar sentados y de pie cada treinta minutos al pasar de una sala a otra. Mantenemos a los niños activos, mental y físicamente.
Quizá el mejor momento para practicar inglés en casa sea después, o incluso durante, la actividad física. “Kick the ball!” “Throw it to me!” “How fast can you run?” “How many jumping jacks until you’re ready for bedtime??”. Aunque los niños no sean conscientes, cada carrera, cada caída y cada descanso para jugar al fútbol ayuda a que su inglés y su cerebro «stay in the game« (sigan en forma). 🙂
REFERENCIAS
Cassilhas, R. C., Tufik, S., & de Mello, M. T. (2016). Physical exercise, neuroplasticity, spatial learning and memory. Cellular and Molecular Life Sciences, 73(5), 975–983. https://doi.org/10.1007/s00018-015-2102-0
Chan, Y. S., Jang, J. T., & Ho, C. S. (2022). Effects of physical exercise on children with attention deficit hyperactivity disorder. Biomedical Journal, 45(2), 265–270. https://doi.org/10.1016/j.bj.2021.11.011
Doherty, A., & Forés Miravalles, A. (2019). Physical activity and cognition: Inseparable in the classroom. Frontiers in Education, 4, 105. https://doi.org/10.3389/feduc.2019.00105
Guzmán-Muñoz, E., Concha-Cisternas, Y., Jofré-Saldía, E., Castillo-Paredes, A., Molina-Márquez, I., & Yáñez-Sepúlveda, R. (2025). Physical activity and its effects on executive functions and brain outcomes in children: A narrative review. Brain Sciences, 15(11), 1238. https://doi.org/10.3390/brainsci15111238
Jia, M., Zhang, J., Pan, J., Hu, F., & Zhu, Z. (2024). Benefits of exercise for children and adolescents with autism spectrum disorder: A systematic review and meta-analysis. Frontiers in Psychiatry, 15, 1462601. https://doi.org/10.3389/fpsyt.2024.1462601
Yerkes, R. M., & Dodson, J. D. (1908). The relation of strength of stimulus to rapidity of habit-formation. Journal of Comparative Neurology and Psychology, 18, 459–482. https://doi.org/10.1002/cne.920180503